domingo, 12 de abril de 2009

Organizar carreras


Organizar carreras es grandioso. De la más chica a la más grande. De la que tiene 100 corredores a la que tiene 8000. De la más vistosa y promocionada hasta la que no convocó ni a los familiares. De la colorida a la gris. De la que te llena de medallas, premios y promociones hasta la que es solo para apoyar. De la que está bien hecha hasta la que le erraron feo. Hay mil y todas diferentes.
Pero todas tienen un denominador común: atrás hay gente que pone su esfuerzo, y eso, en los tiempos que corren, en los que los valores se trastocan cada vez más, no es poca cosa.
Siempre habrá atrás de estos eventos alguien que quiere dejar “su casa impecable para recibir a las visitas”; siempre hay personas con avidez de aprender cómo agasajar a sus invitados; siempre hay gente que simplemente se preocupa por los demás.

Me tocó intervenir en una organización y supe de los que se presentaban como voluntarios y “compraban” la idea casi sin preguntar; conocí a los que después de laburar todo el día la seguían en la casa hasta la madrugada puliendo la operativa soñada. Supe del que exprimía su cabeza buscando la idea innovadora para impactar a los corredores. Colaboré con el que pasó horas en Internet tratando de desentrañar lo que sentirían al correr nuestra carrera un Rai, un Pollito, una Luz, un Tubino, o un Lapaz. Estuve al lado del que leyó por primera vez esa gran travesura del genial Marciano Durán y se le cayó una lágrima (o fui yo y no me animo a confesar...). Vi como alguien se tomaba el trabajo de conseguir una foto de cada camiseta para así todos los del Staff, del primero hasta el último, podían saber quiénes eran los Chasquis, los Halcones, los Rojos, los de Sayago Running (los grandes y los Pibes) o los Coyotes. Me emocioné con cada “bienvenidos” que sentí pronunciar. Felicité a cada uno que le arrancó una sonrisa a alguien que se sintió “mimado”. Me fortalecí cuando conocí a Eduardo o a William. Me sentí radiante cada vez que un ser anónimo me levantaba un pulgar en señal de aprobación. Atesoré cada palabra de aliento y traté de mejorar ante cada crítica.
Y una noche me acosté extenuado, pero reconfortado...eso sí, ya pensando en el año que viene.
Por eso ahora puedo entender mejor este mundo.
Entiendo por lo que están pasando los Corredores del Este trabajando con profesionalismo para recibirnos en su Media. Puedo saber lo que pasa por la cabeza de los Montevideo Runners en su patriada del 31 de Mayo. Reconozco la sinceridad y amabilidad de los Corredores del Prado cuando con una sonrisa te decían en Marzo que te esperaban en Noviembre. Y deben haber mil seres más en esa misma situación.
Dejé por un rato el traje de organizador para ponerme de vuelta la camiseta de corredor (la de Invasores, por supuesto).
Pero volví más consciente. Ahora valoro como nadie cada minuto que invierten personas como yo en esto de recibirnos con una gran propuesta. Saldrá bien o saldrá mal, no importa. Importa que se intente. Ni por casualidad miro de reojo lo que los otros tienen para ofrecer. No! En cambio ofrezco respeto.
Corro en Montevideo, pero también, los kilómetros de distancia ya no me frenan para correr afuera.
Ahora acepto halagado ese número en bolsita de nylon para que no se desintegre con mi sudor.
Agarro cada volante que me llega y por amabilidad leo hasta el dato de la imprenta de costado.
Reconozco las noches en vela de gente preparando las cajas con los chips ensobrados con nuestros datos exactos.
Admiro a las mujeres con la fuerza de un hombre al momento de levantar tablones, caballetes o fundas de botellas de agua.
Ayudo al que desafía el vértigo subido a esa escalera atada con alambre colgando los carteles de los kilómetros.
Distingo al que no se asusta por tener que colgar las mil banderas que traen los sponsors.
Me quedo tranquilo con el de la ropería que cuida mi mochila como si fuera un diamante.
Le regalo un sonoro “Gracias” a ese niño que te arrima el agua con expresión de estar salvándote la vida.
Me pongo codo a codo con el inspector de tránsito que se lleva de regalo la puteada de ese conductor porque “a quién le importa esta carrera de mierda”.
Aplaudo a los que aplauden a nuestro paso y sin saberlo organizan una claque anónima de rostros desconocidos, pero que desde nuestro esfuerzo los vemos cálidos y familiares.
Valoro a rabiar al que nos mira como bicho raro sin entender qué nos mueve a correr pero pone su brazo incondicional para dejar todo en su lugar.
Miro con agrado a esos organizadores espontáneos que con los chorros de sus mangueras de jardín coordinan sin saberlo uno de los servicios más preciados por los corredores.
Celebro a los corredores que organizan “su” carrera y se muerden los labios con impotencia cuando ven que todos largan y ellos se quedan.
Me rindo a los pies de los que se exponen a que los juzguen sin siquiera haber podido mostrar lo que tenían para ofrecer.
Perdono a los ladrones que roban horas de estar junto a sus hijos, esposas o maridos en pos de que todo salga como lo habían planeado.

¿Quieren que les diga algo? Haber estado del otro lado del mostrador me ha llevado a disfrutar aún más este deporte, porque ahora sí se lo que este deporte vale.

A todos los organizadores de eventos de atletismo de calle mi más respetuosa y sincera reverencia por el esfuerzo de complacer al fascinante mundo de los corredores...

Por P.E.T.O. Invasor